martes, 29 de enero de 2013

Os cuento el cuento de cómo llegué a escribir mi primer cuento


Recuerdo la primera vez que escribí un cuento.
Era un ejercicio de clase de lengua en el instituto. Yo tenía 16 años y andaba un poco perdida por la vida. No quería estudiar y odiaba asistir a las lecciones.
Pasaba las horas muertas en el parque cercano, porque había días enteros en los que no entraba en el recinto escolar.
A esa edad, una no tiene clara conciencia de que su única obligación en el mundo es estudiar y finalizar la secundaria.
Los profesores pasaban de mí tanto o más que yo de ellos.
Estaba repitiendo cuarto.
Y parecía que mi destino era volver a repetirlo.
Y entonces llegó el.
Se llamaba Paco y era de Granada.
El mejor maestro que he tenido y tendré.
Nos encargó que escribiéramos un cuento como ejercicio de clase.
Yo era la típica gamberrilla desorganizada y al principio no le hice mucho caso. Llegué a casa, arrojé la mochila en el rincón más lejano del salón, y me puse a ver la tele.
Las protestas de mi mamá fueron vanas.
Por cierto que yo era la más voraz lectora de mi generación. Odiaba la escuela, pero amaba los libros con tal pasión que, cuando finalmente me puse delante de la hoja de papel en blanco, comencé a reflejar en ella mis lecturas.
Mi primer cuento...hace veinte años que lo escribí y aún lo recuerdo, palabra por palabra.
Se llamaba "Aqui-Hito y la profecía de la luna azul". Tan bisoño y tan ingenuo que es totalmente impublicable.
Hablaba del amor, ese sentimiento que siempre ha resbalado por mi vida, sin penetrar en ella.
Y ganó un premio en el concurso de cuentos de ese año.
Me regalaron un lote de libros y un diploma.
Pero yo no me personé en el acto. Como digo, era una gamberrilla bastante desorganizada y me marché a una fiesta de Navidad que daban en una discoteca de moda en aquella época.
Pero, una vez de vuelta, comencé a reflexionar.
Las gamberrillas desorganizadas también tenemos nuestro corazoncito.
Y el mío latía de gratitud hacia aquel maestro, sólo que yo no supe cómo expresarlo.
Desde aquel día, algo dentro de mí cambió. Supe que había encontrado mi camino, mi vocación.
Nunca olvidaré las palabras del maestro, con tinta roja, en la esquina superior derecha de mi cuento:
"Tienes capacidad para narrar y contar historias. Apróvechala".
Porque esas fueron las palabras que me salvaron del abismo.
Esas fueron las palabras que me salvaron de mí misma.
Desde entonces no he dejado de contar historias. A veces me asaltan por las noches, y no puedo dormir.
Pero, después de veinte años, me he acostumbrado a estar en perpetuo estado de trance.
Sin ellas, no podría vivir. Son mi oxígeno, el alimento de mi sangre.
Cuando no están, les pido que vengan a mí y mientras vienen, las espero impaciente.
Ahora mismo, por ejemplo...

1 comentario:

  1. No te imaginaba como una gamberrilla desorganizada.

    Desde luego, has dado un cambio radical a mejor.

    Me alegro de que tengas montones de ideas e historias rondándote por la cabeza. Yo no tengo ese don así que me contento con leer lo que cuentan otros escritores.

    Saludos.

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